jueves, 16 de julio de 2015

El uso adecuado del lenguaje contribuye a romper desigualdades

Quienes me conocen saben que tiendo a ser bastante meticulosa en cuestiones de terminología y uso del lenguaje. Quizás por las muchas palabras que mi madre me hizo buscar en el diccionario cada vez que desconocía su significado o dudaba en su escritura; quizás porque las clases de lingüística marcaron un antes y un después en mi amor por la lengua y sus palabras; quizás porque me encanta hablar (eso también lo saben quienes me conocen) y, ya que hablo, que mejor que hacerlo bien.

Por frases como la de mi Lalo "Las personas no son viejas, viejos son los trastos", que no recuerdo haber oído de su boca, pero que tanto me repitió mi madre, yo a menudo me oigo diciendo "No es sordomudo, por el "mudo", es una persona sorda, ya que hablar puede (aunque no lo haga)"  y obviamente con el "persona" delante, ya que antes que tener un déficit auditivo es una persona, no?

Detengámonos aquí un instante: 

Las personas Sordas (con S mayúscula, dado que se trata de personas con una identidad y cultura propias, sino hablaríamos de personas sordas que tienen un déficit auditivo pero no poseen identidad cultural propia) usan la lengua de signos como sistema de comunicación. Lengua (no lenguaje) y de signos (no de sordos).
Especifiquemos:
El lenguaje es la capacidad innata de los seres humanos para ordenar sus pensamientos y comunicarse; la lengua es el sistema de comunicación propio de dichos seres.
Por tanto, las lenguas de signos (no existe una única y universal) consisten en una modalidad de lenguaje viso-gestual.

Así pues, las palabras pueden contribuir a la transformación social o, por el contrario, perpetuar patrones de desigualdad. Así pasa con las personas con discapacidad, minorías culturales, diversidad de orientaciones sexuales o género.

Y con el género continúo:

¡Mujeres! Nosotras somos las que debemos empoderarnos e iniciar el cambio, para así extenderlo. No podemos ser nosotras las que contribuyamos al perpetuo lenguaje sexista, que contribuye a la desigualdad y a la invisibilización de la mujer en muchos campos.
Con esto no quiero decir que de pronto tengamos que hablarlo todo en femenino y radicalizarlo de manera que pasemos a la posición opuesta, lo cual a mi parecer continuaría siendo sexista (aunque comprensible, dado que en muchas ocasiones radicalizar es la única manera de causar impacto y remover conciencias), sino que se trata de otorgar a las palabras el género que se corresponde con la realidad de la que hablamos. Veamos un ejemplo:

Tradicionalmente múltiples profesiones se designaban únicamente en masculino, aunque a nivel oficial ya hace 20 años que se adecuó la denominación de títulos académicos oficiales a la condición masculina o femenina de quien los obtuviese, mediante una Orden de 22 de marzo de 1995 del Ministerio de Educación y Ciencia. Esto fue así dado que se consideró la importancia del lenguaje en la formación de la identidad social de las personas y en sus actitudes, así como para representar adecuadamente a la mujer y evitar discriminaciones. La RAE se mostró favorable al cambio, manteniendo las denominaciones que, debido a su terminación, se usan para ambos sexos.

Curiosamente a día de hoy se sigue oyendo a menudo, y en boca de mujeres, el uso de formas masculinas de profesiones como "juez" o "abogado" al hablar de mujeres, y a mi me sube un "no sé qué que qué sé yo" cuando lo oigo, que es como si de pronto estuviese a mediados del siglo XX.

Para acabar, y siguiendo con el género, que nadie tenga miedo de dirigirse en femenino a un grupo en el que la mayoría son mujeres, niñas o chicas ¡y que nadie se ofenda por ello! Llevo oyendo que esto es correcto desde que cursaba primaria (¡hace más de 15 años!) y bien poquita gente lo pone en práctica.

Pues bien, con ejemplos como estos no es de extrañar que haya quienes decidan hablarlo todo en femenino (¡ojo! no solo mujeres, también hay hombres que así lo hacen), a ver si así se van abriendo mentes y se van rompiendo patrones hasta ahora perpetuados pero que debieran estar obsoletos.

Las palabras estructuran nuestros pensamientos, nuestras construcciones mentales de la realidad, un lenguaje en el que no se ve representada de manera respetuosa y real toda la diversidad social, anula e invisibiliza a aquellas personas que no se ven representadas en el mismo, provocando un trato desigual hacia ellas.

¡Hablar bien es indispensable para una sociedad igualitaria e inclusiva!


Fuentes: Comisión Asesora Sobre Lenguaje del Instituto de la Mujer. Nombra (2003). Serie Lenguaje nº1.